espiritu zen

Bien argumentada y con un montaje atractivo, tan sugerente y delicado como toda la obra de esta artista, la retrospectiva de María Xosé Díaz resulta ser una magnífica exposición, que congrega cerca de treinta años de trabajo.

Si a menudo se tiene la impresión de que el tiempo pasa volando, excepcionalmente en raras ocasiones como esta ocurre lo contrario. Sus primeras piezas mantienen toda su frescura, han logrado retener la originalidad de las texturas, la permanencia de la luz y la complicidad con el espacio, con las que fueron creadas. Por eso funcionan bien al lado de las últimas propuestas, porque siguen compartiendo una inquietud por los materiales, aunque en algún caso ahora sean otros, y porque también coinciden en procurar las mismas sensaciones.

Salvo un ineludible tiempo muerto, su trayectoria se ha desarrollado en un continuo progreso, imperturbable a las modas, al margen de los vaivenes de mercado. Su creación se ha construido en la tranquilidad de su taller, sin perder el contacto con la naturaleza más próxima, ubicada bien en el interior gallego o en la costa malagueña, lugares ambos de estancia habitual de la escultora. En la tierra y el mar ha descubierto un universo de formas que se han acomodado a sus intervenciones.

Cristales, conchas, arenas, piedras, cáñamo, hojas, ramas, agua… los elementos que reúne tienen cabida en su

La Voz de Galicia (24 de abril)

obra, cobran vida bajo una suerte de espíritu zen que «está en todo», que fluye entre el misterio de cajas transparentes y la claridad tamizada de unas cortinas de escayola, emplazado entre las sombras y el silencio que habitan alrededor.

María Xosé Díaz integra componentes efímeros, aislándolos de su medio natural, y los traslada a la sala expositiva hasta hacerlos imperecederos. El tiempo, que parece haberse detenido, al final, es el motor de sus piezas.

Mercedes Rozas